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jueves, 13 de mayo de 2010

SEÑORAS

En esta tercera entrega del mes temático dedicado a las mujeres, quiero homenajear a las “Señoras que se ponen una bolsa en la cabeza cuando llueve” “Señoras que te dan conversación en la cola del supermercado, en la sala de espera del médico o en el autobús” “Señoras que te preguntan en el pueblo: Y tú ¿de quien eres?” “Señoras que quedan para andar, o que esconden el bolso cuando te ven”
Señoras, señoras y señoras. Las Señoras de entre 50 y 80 años han invadido Facebook.
Reconozco que siempre me ha llamado la atención especialmente los usos y costumbres de lo que desde hace siglos denominamos (con cierto aire despectivo, por cierto) Marujas. Ahondando por la red social he encontrado ejemplos clásicos de una estirpe de mujeres estupendas, con unas costumbres ejemplares y que pertenecen a una generación que adoro. Vamos, las madres de toda la vida. ¿O es que acaso alguno/a que tenga una madre de esta edad no hace muchas de las cosas que dicen en Facebook?. A mí, particularmente, me deja asombrado esta generación de mujeres valientes, que se ponen el mundo por montera y que curadas de espanto, ya no les importa llevar una bolsa en la cabeza o ponerse a hablar con uno en cualquier sitio.
Mi madre, gran señora de esta generación, cumple todos los requisitos para afiliarse a los 600 grupos que actualmente hay en Facebook.
De más pequeño, me hacía acompañarla al mercado a comprar para que luego la llevara el carro y que no tuviera que venir ella cargada hasta la casa. (por los dolores y todo eso).
Me volvia loco:
-Pide la vez en la pescadería mientras yo voy a por la fruta
-Pero Mamá …
-Venga.
Y allá que ibas tú con 14 años a gritar entre todas las Murujas: ¿Quién da la vez?. Te quedabas allí esperando para soltarle la vez a la siguiente señora y volver y con tu madre.
Al regresar, allí estaba ella, hablando con cuatro o cinco. De política, de religión, de los precios imposibles del mercado, de los hijos, del marido … tienen conversación para todo y lo fuerte es que no se conocen de nada, como mucho de la cola de espera. Pro cierto ¿Nunca os habéis preguntado porque las señoras siempre van a los puestos que más gente tienen y donde más tienen que esperar, cuando hay otros vacíos?. Es una duda que me asalta desde la infancia.
¿Y el médico? Aun hoy, si mi madre me acompaña al medico, no me deja hablar. Ella cuenta los síntomas, desde que estoy malo, y hasta el diagnostico:
-Ya le he dicho que esto es un resfriado, pero se ha empeñado en venir, cuando con unos Gelocatiles ..
-Pero Mamá, déjame que se lo diga yo.
Y lo fuerte es que luego se hace la ofendida. “Claro, que no se me explicar ahora”… Las señoras que hacen todas estas cosas, son estupendas. Algunas veces, hablando con mis amigos, nos reímos (sanamente) de cómo todas ellas se parecen tanto. Todas las madres, al menos por aquí, cuando éramos pequeños y hacíamos alguna trastada, muy ofendidas decian:
-¡Cualquier día me lío la manta a la cabeza y me voy, que me tenéis harta!- y yo pensaba a donde ira esta mujer con una manta en la cabeza. Todas las madres tenían mantas para liarse a la cabeza e irse. Grandiosas nuestras señoras. ¿Y los dolores? Si a una le duele algo a la otra mucho más. Si una tiene un hijo con carrera y bien colocado, la otra, mejor aun. Son competitivas ellas. ¿Y cuando salían corriendo detrás de uno con la zapatilla en la mano?
En fin, podría poner mil y un ejemplos en los que seguro muchos os veríais identificados, pero con mirar alrededor, ir a misa o a una boda, podremos disfrutar nuevamente de las geniales señoras que tanto nos dan. Además desde que han surgido en Facebook las observo más y me doy cuenta de que son la caña..
Hoy, quiero romper una lanza a favor de las Señoras Españolas. Esas estupendísimas mujeres que siempre cocinan bien, que se ahuecan el pelo hasta lo imposible, que leen moviendo los labios, que hacen “cocretas”, que se ponen la chaqueta sin usar las mangas y muchísimas más cosas de las no nos acordamos, porque sin estas señoras, que sería de nosotros …
Os dejo un corto muy bueno sobre el tema.

lunes, 10 de mayo de 2010

ELENA

Si hay algo que uno no olvida nunca, eso es su primer amor. El mío se llamaba Elena y recuerdo como si fuera ahora misma el color de su piel, la profundidad de sus ojos y hasta su aroma. Usaba una colonia que se llamaba Musk y que olía ropa limpia.
¿Qué tendría yo? Probablemente catorce o quince años, no más. Acababa de empezar el instituto y no conocía a nadie. Allí llegué yo, el raro, vestido de negro y con el pelo cardado. Todo el mundo tenía la misma cara de no saber muy bien a donde mirar. Iban nombrando desde la puerta y te asignaban el grupo con el que pasarías los próximos años, y entonces la vi. Tan rara como yo. Recuerdo que iba con un pantalón ancho negro, una camiseta de Siouxie, unos guantes con los dedos cortados y el flequillo con un cardado imposible. La vi y me enamoré. Sí, es verdad, yo no creo en el amor a primera vista, pero con quince años eso pasa. Desde que crucé una mirada con ella, mi único objetivo fue conquistarla.
Por desgracia no nos tocó el mismo grupo, así que como me moría de vergüenza si tenía que ir a lo bestia y presentarme, me hice amigo de sus amigas en cuestión de una semana, y se dio el caso de que me hablaba con todas menos con Elena. Un día, después de tres meses, ya no pude más y como que no quiere la cosa, me acerqué a ella temblando, con un nudo en la garganta y una tensión nerviosa al borde del ataque, y le dije que me gustaba. Elena no se sorprendió lo más mínimo, al revés, me dijo que ya lo sabía, que todas sus amigas se lo habían dicho y que estaba encantada de conocerme.
Quedamos una tarde. Hacia frío y nada más romper el hielo de la primera conversación, ella se acercó a mi y me dio la mano. Pasamos una tarde y otra. Una semana y otra. Un mes y otro, y todo se acabó.
Hace años los noviazgos no eran como ahora. No te acostabas a la primera, solo ibas de la mano y te dabas algún beso que otro. Así que ese fue nuestro fugaz noviazgo: hablábamos, nos reíamos, nos cogíamos de la mano y poco más; hasta que llegó otro más mayor y más guapo y me la quitó.
Durante varios días después fui a su barrio solo para verla salir del portal, imaginando una reconciliación de novela que nunca llegó y volvía a casa cantando una canción de mi grupo preferido, los secretos. Si, esa misma que esta sonando ahora mismo.
Nunca he vuelto a sentir aquella sensación. A pesar de buscarla, nunca más me enamoré de la misma forma. He querido más, cierto. He mantenido relaciones más serias y duraderas que la de Elena, que no fue mas que un amor de adolescencia que visto con la perspectiva del tiempo, hoy hubiera pasado sin pena ni gloria; sin embargo ese nudo, esa sensación de felicidad, ese no sé qué, no lo he vuelto a sentir nunca. Supongo que solo será cuestión edad.
Olvidar la relación de dos meses con ella me supuso años. De hecho, aun cuando me la cruzo (y ni siquiera nos saludamos), la miro y nuevamente algo se mueve por dentro. Guardo en casa las cuatro fotos que nos hicimos en un foto matón del barrio, sonrientes, adolescentes...
Dicen que el primer amor no se olvida nunca, muchas veces pienso que hubiera pasado si ella me hubiera hecho caso. Nada, me contesto, seguro que estaría en el mismo punto que estoy ahora. O no.
Así pues, mi primer amor se llamaba Elena. Era una chica estupenda y guapísima. Morena, de pelo liso y flequillo cardado, ojos oscuros y labios gruesos, Y tan guapa y especial que nunca he conseguido olvidarla del todo.
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